jueves, 19 de septiembre de 2013

Bajo el cielo de Rembrandt


Tarde. Siempre llegaba tarde. Pero no importaba; soy un genio. Y, ya se sabe, los genios podemos hacer lo que queramos. Desde mi ventana se apreciaba que el cielo, teñido de un azul desvaído, estaba casi totalmente cubierto por nubes grises. Era un cielo perfecto, como si hubiese sido sacado de uno de los paisajes de Rembrandt.
Con la tranquilidad de aquel al que no le preocupa llegar tarde, me subí el cuello del abrigo, me arrebujé bajo la bufanda, y salí a la calle.
Andando entre los callejones, sintiendo el frío viento besar mis mejillas, comencé a pensar. Pensé sobre muchas cosas: nada de clichés como “quién somos”, “adónde vamos”, de “dónde venimos” y todo eso. Eso se lo dejo al resto de mortales ordinarios. No, yo pensé sobre por qué hacen pantalones con bolsillos que no son bolsillos, por qué el azul es “de chicos” y el rosa “de chicas”, por qué es de buena educación saludar y hablar sobre el tiempo en el ascensor, aunque a ninguno de los participantes le importe una mierda. Ese tipo de cosas. Me detuve frente a unos estudios de televisión y encendí un cigarro. Era el momento idóneo para dedicarme a mi actividad favorita; quejarme de los medios de comunicación.
No solo nos contaminan con sus idioteces, sino que nos atrapan. La gente se traga las sandeces que los presentadores dejan escapar por sus labios, siempre esbozando falsas sonrisas, porque siente que no hay otra alternativa. No, lo que es peor, cree que hay otra alternativa, y ahí está el problema. Los presos de la caverna de Platón estaban conformes con su posición.
Malditos presentadores. Son todos unos hipócritas, pero los del programa del corazón… Esos son los peores. Los conozco muy bien, pues me he pasado horas y horas estudiándolos, y no hay ni uno que crea que produce un contenido de calidad, pero eso no importa. No importa porque siguen emponzoñando al resto del mundo con él. Mientras les paguen… Y así es el ser humano, todo falsedad. Finge que le importa el prójimo, siempre y cuando sus intereses no estén de por medio. “Trata a los demás como quieres ser tratado”. Jamás he escuchado algo más ignorado por la sociedad. Sería mucho más acertado decir “trata a tus superiores como quieres ser tratado, a los demás no, a esos puedes mandarlos a la mierda todo lo que quieras”.
Joder. Se me había acabado el cigarro. “En fin, no queda otra que resignarse” pensé, mientras pisaba la colilla para apagarla bien. Me dispuse, no sin antes echarle un último vistazo al maravilloso cielo de Rembrandt,  a entrar en el estudio para ocupar mi puesto como presentador frente a las cámaras.
Pero, eh, el público me adora.

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